viernes, 30 de julio de 2010

EL NIÑO ENCUMBRADOR DE PISCUCHAS

(Cuento)

Esta era una familia que vivía en una ciudad llamada Apopa. Ellos vivían en un barrio llamado San Sebastián. Los niños, durante el día se quedaban solos con la nana que los cuidaba, porque sus padres trabajaban. Salían desde temprano a trabajar y regresaban hasta la tarde o por la noche.

Tanto Laurita como Alvarito eran dos niños muy lindos, pero traviesos e inquietos. Su paseo favorito era visitar a los abuelos en Masahuat, Su mayor deseo era que llegaran las vacaciones o que finalizara el año escolar para poder irse de vacaciones a Masahuat, a donde vivían sus abuelos para disfrutar de las tranquilas y cálidas aguas del Río Lempa.

A Alvarito le gustaba mucho jugar a volar su piscucha. Cerca de la casa, había una tienda donde podía comprarlas por 50 centavos, pero él prefería hacerse sus propias piscuchas. Se pasaba horas y horas queriendo armarlas, hasta que por fin lo conseguía. En cierta ocasión, el niño vio un modelo diferente y pensó que él también lo podría hacer, así que le pidió dinero a su madre para comprar los materiales. El niño estaba feliz, muy entusiasmado con su idea. Pero resultó que no fue fácil hacer su nuevo modelo de piscucha. Se pasó horas y horas intentando, llego el medio día y no lograba, la madre lo llamaba para que comiera y el niño no quería comer no le daba ni hambre.

Frente a la frustración de no poder confeccionarla, él reaccionaba enojado, pataleaba, zapateaba, renegaba, y hasta saltaba sobre la tela plástica que estaba trabajando. En fin. Alvarito, expresaba todo lo que un niño malcriado de 8 años, hace cuando no puede hacer lo que desea. Por fin, ya por la tarde, logro lo que tanto había estado luchado hacer. Esto fue motivo de mucha alegría, así que para celebrar que por fin había terminado con éxito su empresa, decidió que había que volarla.

Las horas pasaron y el niño impaciente esperaba a que su madre llegara del trabajo. La Nana estaba cansada de tanto responder la hora, cuantas veces se la preguntaba. A eso de las 5 de la tarde…

Mami, mami, hice una piscucha y la quiero volar. - Ese fue el saludo para su madre ese día. - Pero aquí no se puede porque hay muchas casas y alambres del tendido eléctrico. Así que vamos a las canchas del Dorado. Mami, si mami... Di que si…anda…

Hijo, esta tarde vengo muy cansada de trabajar, iremos mañana. Vamos ahora mami, vamos, me quedó bonita la piscucha y la quiero volar. – El niño contó a su madre todo lo que le había pasado para elaborar su piscucha, por lo que la madre, al escuchar a su hijo decidió que fueran a volarla, pero faltaba algo. Había que esperar a que su padre llegara.

Mientras tanto, La madre intentó persuadir a su hijo de que desistiera diciéndole: Pero las canchas están lejos hijo y ya se va a hacer de noche, estaremos poco tiempo. No importa,
Cuando venga mi papi ¿vamos?
Está bien, si tu padre viene temprano, podremos ir.
Así que cuando el padre llega…
Papi, papi, vamos a la cancha del Dorado a volar mi piscucha.
Hijo estoy cansado, he trabajado duro todo el día, pero dile a tu madre si ella quiere.

Si ella quiere ir, ya me dijo que sí.
Bueno,… pues entonces vamos, tienes suficiente hilo para volar la piscucha y tienes listo el torno, si papá ya tengo todo listo.

¿Le hiciste una a tu hermana también? ¿Para que ella la eleve? , no porque ella no la puede volar, ella va a llevar una pelota para jugar, mientras yo elevo mi piscucha.

Esa tarde los chicos disfrutaron al máximo de ver como la piscucha se encumbraba en las alturas de la cancha del Dorado, esa que está por la Parcelación de El Ángel, en la dirección de Nejapa y Quezaltepeque. Alvarito disfrutó con su padre viendo las cabriolas de la piscucha y compitiendo con otros niños que también volaban las suyas. Era una verdadera lucha la que realizaban, unos queriendo interceptar la piscucha del compañero, mientras que los otros querían evitar que alcanzaran sus piscuchas ya que eso, muchas veces significaba el fin de su juego porque el hilo con roce del otro, finalmente se cortaba y la piscucha simplemente se la lleva el viento por todos los cerros y valles.

A esa cancha llegaban también otros niños a jugar, venían de las diferentes colonias, del Ángel, del Ingenio, de las Praderas, de Los Ángeles, de Madre Tierra, de Tierra nuestra en fin. Todos elevábamos al mismo tiempo. Era maravilloso el espectáculo que hacíamos con todas las piscuchas arriba todas de diferentes formas y colores. Allí, empezábamos a ver que hacer con las otras, nos echaban “coca” y hacíamos competencia de quien hacía las mejores piruetas. Hacíamos competencias a quien encumbraba más alto y quien hacía las mejores cabriolas.

Por su parte, Laurita de dedicó a jugar con su madre y otras niñas que habían llegado a jugar. Juntas corrieron siguiendo la pelota hasta quedar exhausta del cansancio. Mientras corrían; ellas reían, gritaban, saltaban, y también se retaban cuando alguna de ellas no hacían lo correcto. Por su parte, la madre de Laurita las animaba a que jugaran sin molestarse. Ella les decía que había que aprovechar el tiempo jugando y no retando.

Todos pasamos una tarde feliz y jugamos en familia, regresamos a casa con mucha hambre, después de haber estado largas horas corriendo, saltando, gritando, riendo y hasta llorando de alegría de tanto reírnos.

Por la noche, cuando estaba en la cama no podía dormir, recordando la tarde maravillosa que pasamos juntos ese día.

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